Liberación y asimilación interior de "nosequé"
Me ha dicho la terapeuta que esto de teclear ideas es una terapia de liberación y asimilación interior, que no me lo tome como un deber de cole ni como un trabajo…, que según me vayan brotando las ideas, sin obsesiones.
—Terapeuta… —inicié la conversación esta mañana.
Ignoro el porqué, pero me ha dado por llamarla así, «Terapeuta»: como los sudamericanos hacen con sus jefes con estudios a los que llaman «licenciado esto», «licenciado aquello»… No sé, creo que es algo parecido, por no decir que es igual, digo yo.
A Blanca, la terapeuta, la verdad que no le molesta casi nada que la llame de manera tan profesional. Supongo que se lo toma como si fuera una etapa de impersonalidad que me ha venido por lo perdida que estoy. Además, con eso de que debe de ser lo más aséptica y distante posible del paciente… Pues que ya le va bien.
—Terapeuta, estoy bloqueada de ideas claras. La verdad es que ni una. Me planto delante del teclado y me convierto en una vaca pastando.
A la Terapeuta me ha parecido que le importaba un pimiento ese bloqueo mío de trascendencias. Creo que mis traumas la aburren, o que los demás traumas que le llegan son más traumáticos que los míos. Vamos, que debo ser de esas que se trauma por cualquier bobería. He pensado que tendría que volver a tratar a mi madre. Su especialidad más especializada. ¡Vaya!, resuena mogollón esto de tanta especialidad pero sigo…, sigo… La propiedad característica de mi madre es ver un océano enterito en un simple vaso de agua; y lo mejor, ni siquiera importa que el vaso esté vacío. Si te tropiezas es prácticamente una fractura abierta de cráneo; si estornudas, pulmonía triple; si el cura dice que el fin del mundo llegará algún día, para ella es mañana mismo… Podría no parar, la verdad. Pero, como decía, mis traumas, de momento, no le importan demasiado a la Terapeuta. Aunque a lo mejor se hace la longuis para ver si me explayo más.
Estos días no me apetece nada ir por ahí lloriqueando mis pesadillas. O quizá no me apetezca nada ir lloriqueándoselas a ella. Quien sabe lo que una Terapeuta tiene en mente al escuchar dramas de desconocidos que seguramente le importen un pimiento. Yo, desde luego, si la gente me viniera con sus neuras, no creo que me implicara demasiado, como hace ella.
Mi amiga Carla es excepcional en pasar de las neuras: «Eres una agonías, tía», «tómate un loquesea y deja ya de calentarte la cabeza». Para ella, lo digo por Carla, no hay neuras, lo que hay son agonías.
—Eso es normal, Nekane, sobre todo al principio —dijo la Terapeuta—. Son los miedos a profundizar en los sentimientos que te asolan los que te bloquean las sinapsis neuronales.
No sabéis cómo la odio cuando se pone técnica. Estoy segura de que no tiene la menor idea de qué me pasa. Es su mecanismo de defensa, la tengo tope pillada.
—Tómate unos cuantos días de relax —continúa ella ante mi silencio.
«¡De relax!, ¡con lo histérica que estoy!», me dije
—Y escribe unas cuantas boberías. Sin darte cuenta dejarás los miedos de lado y comenzarán a brotar tus dudas y quebrantos.
A la Terapeuta siempre le da por ponerse profesional y erudita cuando cree que puedo desmoronarme. Es una estrategia, un arte, una maña que la tiene muy bien aprendida. Que no tengo ganas de hacer nada, pues es achacable al bloqueo de la sinapsis neuronal. Que no tengo apetito, pues esa inapetencia también es achacable al bloqueo de la sinapsis esa. Que me planto sobre la cama con los ojos como platos toda la noche, pues, gente, escuchadme bien, increíblemente también es achacable a la falta de sinapsis. He llegado a la conclusión de que la sinapsis es la pera limonera.
Tras conocer, en el transcurso de la primera sesión, la trascendencia vital que tiene la sinapsis neuronal en todas las facetas de la vida, me presenté en la segunda sesión con la solución de las soluciones:
—¿No hay ninguna pastillita que favorezca la tal sinapsis, Terape? —pregunté ilusionadísima.
—Me temo que no, Nekane.
—¿Ahh, nooo…?
—No.
—¿Y la viagra o algo así? —dije yo pensando que en los homos debía producir cataratas de sinapsis neuronales, dado los ánimos fulminantes que les producían tras el consumo.
—En la estimulación de la libido o la pulsión sexual entra en juego otra clase de sinapsis, Nekane. El apetito por el sexo es una ínfima parte de los apetitos que detenta el ser humano.
«Que se lo cuente a cualquier homo», pensé instintivamente. Pero me callé, claro.
Fue una desilusión total que no existiera una viagra para el apetito por la vida. Pero, como veis, cuando a la Terape no le apetece tratar un tema, acude a su vena erudita de las narices. Así, si cuando llego al diván voy apagada, me apago más. Y yo me pregunto: ¿cómo voy a ilusionarme por la vida si solo quiere que le cuente mis penas pasadas? Pero yo soy la paciente y comprendo que es ella la que está para preguntar y yo la que estoy para responder.
La Terapeuta me tranquiliza bastante a pesar de no ponerme las cosas fáciles. Me refiero a su modo de pronunciar las palabras, tan suave, tan… como poéticamente, tan… como si sus vocablos bailaran un vals según los pronuncia. Supongo que en la carrera tuvo alguna asignatura destinada a la Poesía de la Dicción. Segurísimo.
Como ella es la entendida en la psique de los traumados, y aunque mi trauma es benigno (digamos que un defcon 4 o 5), he decidido hacerle caso: sin preguntas ni dudas, en plan ferviente devota de esta nueva guía con la que el Estado me ha dotado. Así que seguiré tecleando asnadas hasta que se me vuelvan a sinaptizar las neuronas o hasta que se me acaben las chorradas. Ya se verá.