Los gustos de los hombres son un lío completo. Y por supuesto, las desgracias que les ocurren son culpa nuestra...
CAPÍTULO 12
HA SIDO CULPA MÍA, NEKA. ME ODIO.
—Ha sido culpa mía, Neka —se ha sentado desolada en mi cama sin tan siquiera quitarse la chaqueta—. He arruinado la vida de Ander. No sé si podré perdonármelo nunca.
Y se ha arrojado boca abajo en mi cama sin poder parar de llorar.
En esta ocasión, supe inmediatamente que algo horrible había pasado. Los lamentos entre sollozos que emergían de la garganta de Jaio no estaban salpicados de ningún tipo de rabia, no había en ellos berrinche alguno como habitualmente pasaba cuando su inmenso Amor le propinaba una terrible decepción. Sus desconsuelos solo los componían la culpa y la desazón de una niña que cree que acaba de cometer el peor de los pecados.
—¿Pero qué ha pasado? ¡No puede ser para tanto! —dije reclinándome sobre ella para abrazarla.
Las convulsiones de sus lamentos me llegaban al alma, no os mentiré.
—Vamos, Jaio, ¿de dónde vienes? —quise buscar algo de información con la que poder componer algún tipo de escenario.
—Del hospital. Ha sido horrible.
—¡¿Pero qué ha pasado, Jaio?! ¿Está Ander bien?
—No saben si podrá volver a jugar al fútbol, Neka. Le han partido la pierna por mi culpa. Todo ha sido culpa mía. Por ser una egoísta. Merezco arder en el infierno.
—Vamos, Jaio, no es culpa tuya que le hayan roto la pierna. El futbol es así, romperse piernas es cosa del juego. Los hombres se divierten como se divierten. Nosotras nunca podremos entenderlo.
—¡Noooo! —se reveló levantando la cabeza de la almohada—. Desde que me regaló la cadena, por mi egoísmo, por no querer ir a ver ese deporte que odio, he pedido a Dios que le rompieran una pierna en cuanto saliera al campo. Soy mala, Neka. Un monstruo que ha arruinado la vida de la persona que más quiere. ¿Cómo puedo ser así?
—Pero ¿así cómo, Jaio?
—Pues una bruja malvada.
Ya lo dijo Oscar Wilde, que era un homo muy pensante y probablemente retorcido hasta el súmmum: «Ten cuidado con lo que deseas, se puede llegar a convertir en realidad».
—¡Dios bendito, Jaio! No tiene nada que ver. Dios no hace caso a rezos así, mujer.
—Pero es que ha sido tal y como lo soñé ayer, Neka. Entrar al campo y zas. Al pobre no le dio tiempo ni de tocar el balón.
—Eso ha sido casualidad… Ya nos gustaría a nosotras que pasaran cosas así cuando las deseamos.
—¿Tú crees? ¿Por qué ha sido tan igual a como lo soñé? Hasta lo vi a cámara lenta, Neka. Como un dejà-vu.
—Habrá coincidido, chica. Además, una pierna rota en un partido de futbol no tiene demasiadas combinaciones posibles. El zas y listo.
—Entonces, ¿no crees que merezco el infierno?
—Desde luego que por eso no, Jaio. A lo mejor, por cuando me coges prestada la ropa del armario. Que esa chaqueta que llevas es mía.
—Si no te la pones casi nunca... Desde que te salieron más tetas hace tres años, ni te la has puesto —argumentó con acierto.
—Ahora echarás las culpas a mis tetas, claro.
—Es que se te han puesto dos buenos globos, Neka. Eso sí, no tanto como los de Ane, que son de foto. Seguro que a los chicos se les van los ojos.
—A los tíos les gustan todas, Jaio. Grandes y pequeñas y todas las demás. Y ahora vete a tu cuarto, que hay que ver cómo vienes. Y no te quiero oír gimotear más por lo ocurrido. Si le han roto la pierna, que se fastidie. No se puede ir haciendo el burro como van y después dedicarse a lanzar pucheritos porque te rompan la pierna o la crisma.
Jaio aún me tuvo sentada en la cama media hora. Había decidido cambiar de tema y se explayaba hablando de mis tetas y de las ganas que tenía de que le terminaran de crecer a ella cuanto antes. «Es que a los chicos les gustan como las de Ane» —argumentó Jaio estrujándomelas.
—No a todos, Jaio. Algunos las prefieren menos exageradas, incluso pequeñas. Los gustos de los hombres son un lío completo.
—¿Tú crees? ¿Incluso las pequeñas?
—Segurísimo.
—Pues hay que ver como se le quedan mirando a Ane las tetonas, Neka.
—Pero eso no quiere decir nada. Hasta las chicas nos las quedamos mirando.
—Eso también. Es que llaman la atención.
—Anda a dormir, Jaio, que mañana tendrás que visitar a Ander para darle ánimos.
—¿Sabes qué?
—¿Qué?
—Que te quiero muchísimo, Neka. Más que a nadie.
—Y yo a ti, Jaio. Y ahora ¿sabes qué?
—¿Qué?
—Que a dormir —la ayudé a levantarse de mi cama y la acompañé a su cuarto.