Cuando el "Ex" que te partió el corazón y el alma y la cordura te vuelve a llamar, los infiernos arden y arden y revientan... y las piernas se te vuelven de chicle. Si no te pilla sentada te puedes descalabrar. Y no serías la primera, ni la última.


  • Fecha:12/06/2017 16:42
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7

SI PERO NO (PARTE 1)


           Es lunes y el miércoles tengo que presentar los deberes como sea. Pero es que ha ocurrido algo que es totalmente prioritario, incluso más que el puñetero evolucionismo. Mañana, como pueda, telegrafiaré algo juicioso en tres o cuatro cuartillas: la Terape está intratable. Seguro que no me da tiempo, o me bloqueo, o el trauma no me sale y termino pencando el examen de la Terape; pero ahora no podría. La cabeza se me va.

            Ayer, con el típico bajón dominguero, llegó Carla tarde, cosa rarísima en ella. Como no lo sabéis, os advierto que Carla no soporta una mierda a los que se retrasan. Si fuera por ella, los estrangularía para que la humanidad dejara de perder tanto tiempo esperándolos.

            Como decía, estaba con Ane esperando mientras los cafés humeaban delante de nosotras cuando apareció Carla y, sin decir ni mu, va y se sienta. Como Carla nunca llega tarde y tampoco es de ella sentarse tan seria y meditativa, sin soltar su frase del café de los domingos, supimos inmediatamente que algo pasaba.

            Carla, siempre que quedamos los domingos para el café, saluda igual:

            —Putos bajones del domingo. Los borraría del calendario.

            Ane, que nunca sabe callar, pero que ha aprendido que cuando Carla enmudece es mejor callarse, me miró dándome un codazo que quería decir que dijera algo. Cuando algún fusible de Carla se funde, Ane me echa el muerto siempre. «Es que la conoces desde antes». Para ella es un tema de antigüedad.

            —¿Un café, Carla? —pregunté por decir algo.

            —Y un limonchelo.

            Ane se horrorizó. Siempre que hay limonchelos los domingos es que ha habido tormenta. Pero que hubiera limonchelo desde el principio no había ocurrido en los tres años que llevábamos juntas. Era una novedad terrorífica.

            Carla, que es de armas tomar (bazokas o más, nada de pistolitas), se endiñó el chupito de limonchelo tras apartar el café. Ane me miró con su cara de «¡hoy estalla!».

            —¿Otro? —sugerí, porque se veía que le hacía falta.

            —Pero en tubo. Que estoy jodida y no quiero hablar —lo que quería decir es que prefería beber más antes de hablar.

            —Ane, que sean tres.

            Ane no es de las que les gusta beber; y los domingos por la tarde, menos. Pero cuando hay marrón a la vista, se apunta por fidelidad o devoción a las camaradas. Lo cree su deber y ni hay que decirla nada: ya dije que Ane siempre hace lo que toca.

            Cuando íbamos por el tercer limonchelo de tubo, y ante la insistencia de los codazos de Ane, que no podía más de los nervios, dije:

            —¿Qué?

            —¿Qué de qué? —respondió Carla.

            —Que al menos nos podías decir por dónde van los tiros.

            Tras dudarlo un buen rato y tras cepillarse el tercer tubo, soltó mirando la mesa:

            —¡Putos cerdos!

            Como hacía más de dos años que no habíamos visto a Carla tan derrotada con los «Putos Cerdos», vamos, desde lo de Pantxo, quedó claro.

            —¡Pantxo! —soltó Ane que las pilla al vuelo y no sabe callar.

            —Me ha llamado el cerdo de él —aseveró Carla enfurecida.

            Cuando Carla llama «cerdos» a los hombres del mundo entero, suena convincente que te cagas. Cuando lo refiere a Pantxo, pues… no se lo cree ni ella. El «cerdo» dedicado a los hombres en general suena a marrano bañado en estiércol. Sin embargo, el «cerdo» referido a Pantxo suena a muñeco de peluche con el que se duerme la mar de bien.

            —¡Qué putada! Ha vuelto de México.

            Ane, que las pilla rápido, como dije, se levantó ipso facto:

            —Voy a por otros tres —se refería a los limonchelos.

            El «qué putada. Ha vuelto de México» en traducción ordinaria era «Estoy requetejodida».

             Aunque Carla es sin duda invulnerable a los hombres, una Aquilesa digamos, tiene también su punto débil, su talón, que no es otro que el cerdo «de peluche» de Pantxo, y ella lo sabe mejor que nadie. Después de un silencio en el que Ane hubiera podido traer un barril de limonchelo, Carla repitió un millón de veces el «qué putada» antes de volver a callar, a la espera de nuestras preguntas.

             —¿Cuándo te ha llamado?

             —Hace diez minutos.

             —¿Y qué se le ha perdido esta vez en Donosti?

             —El muy sinvergüenza insinúa que yo. ¡Qué putada!

             —¿Y?

             —Quiere que nos veamos.

             —¿Qué le has dicho?

             —Que paso. ¿Qué otra cosa podía decirle? Ya me conocéis.

             Ane, que saltaba la mirada entre las preguntas que hacía yo y las respuestas que daba Carla, como si de un partido de tenis se tratara, intervino con su providencialidad mítica.

            —¿Pero tú quieres verle?

            Carla, entre asombrada y sorprendida, ha levantado la mirada hacia Ane como si no hubiera contemplado, en ningún momento, aquella simple posibilidad. Claro que, en Carla, tan obligada a sus códigos, no era raro.

            —¿Qué quieres decir, Ane?

             Botando los hombros arriba y abajo, Ane, preocupada porque no estaba segura de si había roto algún código importantísimo (ya sabemos que para ella eso sería un horror), repitió ya sin convencimiento:

              —Pues eso, que si quieres verle. ¿No? —cabeceó una y otra vez entre Carla y yo, sin entender qué problema podía existir en la pregunta.

              Los problemas siempre dependen, acabo de llegar a la conclusión (las sinapsis neuronales me van mejor). Os preguntareis que de qué dependen, como la canción: «Depende, de qué depende…». Pues de a quien le toquen. Para mi madre todo es un problema. Para ella no depende, es un problema y se acabó. Para Ane…, estoy pensandoooooo… Para Ane tampoco depende, los problemas no existen. Para ella las cosas son o no son, sin problemas. Que te echan del trabajo, pues ya encontraré otro. Que no lo encuentro y me quitan la casa por la hipoteca, pues me busco otro sitio donde plantarme: se apela a la camarería de alguna amiga o familiar o lo que sea. Que tu ex te llama después de ponerte los cuernos y largarse dos años a México y ahora quiere verte…, pues si te apetece lo ves y, si no te apetece, pues se lo dices: «Pantxo, es que no me apetece. A ver dentro de otros dos años. Chao».

              Para Carla… Bueno, aclararé primero que para Carla los sucesos que trastocan su vida no son problemas. Son putadas o jodiendas. Menos Pantxo, su talón, que no es ni un problema, ni una putada, ni una jodienda, porque es un problemón de la Virgen. Y los problemones de la Virgen ya se sabe lo que tienen: que son tan difíciles de resolver como la elección de un vestido de novia. Son una contradicción total. Sin subjetividades ni nada. Así que Carla respondió lo que tenía que responder.

              Decía Ane:

              —Pues eso, que si quieres verlo… —Rebotes de hombros y cabeceos.

              Respuesta de Carla con la mirada en los pies:

              —Sí, pero no.

              El «sí, pero no» es la respuesta que todas nos temíamos. Vamos, la peor en casos como estos. Pero era pronto, como las tres o las cuatro de la tarde, por lo que teníamos tiempo.

              El «sí, pero no», la máxima contradicción posible tratándose de los homos, requiere jarabe (limonchelo) a mansalva y elucubraciones y disquisiciones complejísimas: es prácticamente imposible saber su significado exacto, vamos. Eso nos lo sabíamos las tres de pe a pa. Por lo que Carla se disculpó:

               —Lo lamento, chicas; y más en un domingo de bajonazo. Pero es que quiero y no quiero. Dioooosssss, ¿qué hago con ese majadero?

              «Majadero». Nos miramos Ane y yo. Esa palabrilla quedaba en la otra punta de la galaxia de «los putos cerdos» (me refiero a los «marranos bañados en estiércol», no a los «cerdos de peluche» con los que se duerme divinamente, claro). El significado de «majadero» evidenciaba de forma innegable que los códigos de Carla se resquebrajaban. Pantxo es lo que tiene: la supera. Su sola presencia siempre ha logrado que la clara peste que son los homos para Carla deje de ser tan clara. Hace que las dudillas florezcan como las margaritas en primavera, sumiéndola en la mayor de las contradicciones. Para Ane, que es preclara de simplicidad, Pantxo siempre fue el antídoto, la vacuna contra la peste de Carla. «Es que Pantxo siempre ha vuelto más misericordiosa a Carla con los homos», solía manifestar Ane cuando aún salían.

               La resolución de todo «Sí, pero no» tiene su proceso con sus etapas, las cuales deben seguirse una por una y en el orden exacto. Si hay prisa, es mejor no intentar resolver el significado que esconde la contradicción más legendaria que hay. ¿Por qué?, os preguntaréis. Muy fácil. Si te saltas alguna etapa del proceso de resolución por culpa de las prisas, vuelves al principio, al «sí, pero no». Ya sabemos que es un jeroglífico complejísimo. El laberinto más viejo del mundo y más puñetero también.

               Las etapas de todo «sí pero no», tratándose de los homos, tienen las siguientes fases descubiertas hasta el momento (aclaro esto último porque no todos los «síes, pero noes» llegan a resolverse). Las matemáticas, tratándose de homos, son bastante inciertas y a menudo inexactas. «Ojalá no tuviéramos que recorrer nunca estos laberintos».

Etapa 1 o la negación

 

               Esta etapa es la más sencilla de todas, ocurre inevitablemente. Y siempre viene en primer lugar. Las tías no lo podemos evitar: así de simple. Ya sabéis: «Esto no me puede estar pasando a mí otra vez» es la frase más repetida en estos casos. Hay otras, pero esta, siempre se dice; y además es la primera que se nos pasa por la azotea. Las demás («No puedo creer que tenga tanto morro», «Es que aún no me lo creo», «Es que parece mentira, chicas», «¿Será posible que me haya llamado?», «Sí…,tía. ¿Será posible?», «¿Pero os lo podéis creer?», «Es superincreíble, tía», «Es que estoy en un limbo, como catatónica», «Es que es superincreíble, tía», «Es que lo que no me pase a mí…», «Superincreíble, tía…»)…, todas ellas son una deriva de la primera.

Carla:

               —Chicas, «esto no puede estar pasándome a mí».

Ane:

               —«No puedo creer que tenga tanto morro».

Carla:

                —«Es que aún no me lo creo».

Ane:

                —«Es que parece mentira, chicas».

Carla:

                —«¿Será posible que me haya llamado?».

Ane:

                —«Sí, tía…. ¿Será posible?».

Carla:

                —«Pero ¿os lo podéis creer?».

Ane:

                 —«Es superincreíble, tía».

Carla:

                 —«Es que estoy en un limbo, como catatónica».

Ane:

                 —«Es que es superincreíble, tía».

Carla:

                 —«Es que lo que no me pase a mí…».

Ane:

                —«Superincreíble, tía».

                 En este caso, creo yo que por la catarsis de Carla, la negación no dio para más: solo hubo tres superincreíbles, que son casi nada. Lo normal son por lo menos el doble. Pero la negación es recurrente en el proceso de resolución de los «sí, pero no». Tras cada etapa que se va superando, se recurre a ella (porque nunca se sabe si se va bien encaminado, creo). Eso sí, con menor fogosidad cada vez.

 

Etapa 2 o la autosugestión 

                 Como cada etapa, esta también tiene su frase distintiva: «Ni de coña quedo con él, chicas; no pienso complicarme la vida». En esta etapa, la labor de las amigas únicamente consiste en apoyar la autosugestión de la interesada, aun a sabiendas de que no servirá para nada. Lo importante es no poner objeciones, que vea que la apoyamos aunque no nos lo creamos (son momentos muy delicados, como entenderéis). Además, como ya dije, se echaría por la borda esta etapa tan importante y habría que volver a comenzar.

Carla:

               —«Ni de coña quedo con él, chicas. No pienso complicarme la vida».

Ane:

               —«Bien dicho, tía».

Carla:

               —«Además, ya superé a ese capullo».

Ane:

                —«Claro».

Carla:

                —«No le necesito para nada».

Ane:

                —«Para nada de nada, tía».

Carla:

                —«Con lo bien que vivo…».

Ane:

                —«Y tanto, tía».

Carla:

                —«Ni de coña, tías».

Ane:

                —«Eso, tía, para nada»

                Está todo clarísimo, «para nada». Pero queda en el aire un silencio que reverbera como con una incertidumbre que te recorre la piel. Todas intentamos pasar de ella cambiando de tema y así,… Pero la reverberación de la incertidumbre te va carcomiendo.

 

Etapa 3 o segunda negación 

               Frase definitiva: «No puedo creer ni que estemos hablando de esto, chicas». Entre la segunda y esta tercera etapa, se produce un impás silencioso, pero muy tenso. Como si el tic-tac de una bomba atómica se escuchara en nuestras cabezas. Esto es porque se sabe que el «sí, pero no» aún está vivito y coleando: como decía, reverbera en el silencio y en los insípidos cambios de tema. Aunque hubiera parecido zanjada la resolución de la incógnita en la etapa anterior, por desgracia hay más etapas.

Carla:

               —«No puedo creer ni que estemos hablando de esto, chicas».

Ane:

               —«Alucinante, tía»

Carla:

                —«Es que me da una rabia…».

Ane:

                —«Ya, tía».

Carla:

                —«¡Es que no doy crédito!».

Ane:

                —«Claro, tía».

Carla:

                —«¡Es que lo mataría!».

Ane:

               —«Normal, tía».

Carla:

               —«No me esperaba esta llamada ni de coña, tías».

Ane:

               —«Superincreíble, tía».

               Como veis, que os habrá pasado también, las respuestas son inexorablemente de acompañamiento, y de una única palabra: eso sí, la muletilla «tía» no debe faltar.

Etapa 4 o el fatídico «no sé, tías»

 

                Tras el «superincreíble, tía» y el común silencio de aceptación de que estamos en punto muerto, llega el fatídico «no sé, tías». Este punto marca fronteras: sin rebasarlo no hay forma de avanzar en los «sí, pero no». Eso lo sabemos todos desde antes de nacer.

                Además, la fatídica etapa 4 es una etapa de rodeos en la que hay que ir con pies de plomo. Hay que reconocer lo impensable, o sea, aceptar la posibilidad de que se vean, pero teniendo el cuidado de no decirlo. ¿Por qué?, preguntaréis. Evidente: si se admite directamente la posibilidad de que se vean, esto produce rechazo y vuelta a empezar desde el principio. Es, sin duda, la etapa más delicada (por la susceptibilidad del momento) y, al mismo tiempo, la más decisiva.

Carla:

                —«No sé, tías».

Ane:

                —«Ya, tía. Se te nota un montón, pero como se te ve tan hecha polvo no queríamos decir nada».

Carla:

                 —«Es que estoy hecha un lío».

Ane:

                 —«Ya, tía».

Carla:

                 —«Es que, de solo pensarlo…».

Ane:

                 —«Claro, tía».

                 Como habéis comprobado, yo me he mantenido al margen, como oyente, diríamos. Siempre es así, alguien tiene que ir de Terapeuta. Pero la misión de la Terape, aunque no lo parezca, es vitalísima: es la que, llegado el momento, echa la bomba.

Yo:

                  —«Quizá debieras quedar, tía».

                  Como sabéis, arrojar la bomba hay que arrojarla. Se hace como si fuera cualquier cosa, así como sin querer o como si quedar fuera una tontería sin importancia. Pero una vez arrojada, la explosión desencadena el resto. No hay marcha atrás.

Etapa 5 o la tercera negación

 

                  La tercera negación es la más rápida, es un simple trámite. Cuando se dice «¡Eso nunca! ¡Ni muerta, tías!», es que hay que pensarlo. Lo sabe hasta la que lo dice, por eso las amigas ya pueden refutar las negaciones.

Carla:

                 —«¡Eso nunca! ¡Ni muerta, tías!».

Yo:

                 —Claro, claro… ¡Pero algo habrá que hacer!

Carla:

                 —¿Tú crees?

Yo:

                 —A ver…, solo hay que mirarte.

Carla:

                 —¿En serio? ¿Tan mal estoy?

Yo:

                 —Fatal de los fatales, tía.

Carla:

                 —La verdad, chicas, es que así no puedo seguir. No hace ni media hora que he colgado y ya comienzo a angustiarme. Esto va a ser un sinvivir.

                 El «un sinvivir» de las mujeres es una losa que pesa sobre nosotras desde la alborada de los tiempos. Pasa de generación en generación, y nada podemos hacer. Los homos está demostrado que nacen sin el «un sinvivir», lo que es toda una suerte para ellos.

                Los homos nacen, crecen, intentan el apareamiento (con todo lo que se menea) y mueren, más o menos satisfechos dependiendo de las veces que hayan logrado su único objetivo. Según Carla, esta es la primera realidad con la que se dio de bruces la mujer, allá por la época cavernícola. Vamos, que los hombres se dedican a pegarse la vidorra padre.

               Las mujeres, a diferencia de los homos, podemos «sin vivir». Intentaré dedicar unas líneas a este tan abstracto concepto cuando os relate cómo se tomó mi madre el rechazo de Gorka. Creo que vendrá perfecto.

Etapa 6 o el periodo de las argumentaciones

 

                Aquí no hay una frase destacable. En esta etapa, de lo que se trata es de practicar la famosísima «tormenta de ideas» que, por cierto, la inventaron unas mujeres allá por la época cavernaria, según Carla. Para ella está más que claro que las primeras feministas iban ya a cuatro patas; las mujeres de aquel entonces fueron el primer germen que se tuvo que defender de los homos. Prehistoria pura, por supuestísimo.

               Los tíos, que en el fondo nos envidian, se descojonan diciendo que fue un chorro de gruñidos y ruidos guturales lo de aquella primera «tormenta de ideas» que protagonizaron las mujeres cavernarias: si es que la envidia es de lo peor.

               Si no os importa, pondré sobre el mantel eso de que los tíos nos envidian. Básicamente, o al menos en nuestra cuadrilla, y según Carla (que es la de los conceptos innegables), los hombres nos envidian porque nosotras tenemos tetas y chumino y ellos no. Ane refuta esa afirmación porque dice que a los hombres les encantan sus cacharritos (Ane siempre denomina «cacharritos» a los penes). Carla, que nunca cede en sus conceptos, insiste en que a ellos lo que les volvería locos es tener tetas y chumino, y como a Ane no le mola nada discutir con Carla, se resigna con un:

              —Pues a mí, la primera vez que vi uno de esos cacharritos, me pareció monísimo.

              Yo no sabría qué decir. Hablar de cacharritos siempre me ha descolocado, aunque también me molan.

              Las argumentaciones o la «tormenta de ideas» se caracterizan por llevar siempre un orden cualquiera. Se puede empezar por donde se quiera, porque las «tormentas de ideas» buscan sacar criterios de decisión de donde no los hay. La finalidad de la mencionada tormenta es la de repasar toda la relación en una vorágine, lo que se logra destripándola por completo. No se debe tener piedad alguna. Que conste que el destripado siempre es el ex.

             Como la tormenta de argumentaciones empieza llegado este momento, pero nunca se sabe cuánto puede llegar a durar (es una cosa de la inspiración, como en los artistas), mandamos a Ane a por más limonchelo.

             Como estaréis extrañados de que sea siempre Ane la que pide, lo aclaro. Siempre pide Ane porque como Teófilo, el barman, está enganchadísimo de ella, no le cobra ni la mitad de lo que le pide. Le hace muchísima ilusión a Teo invitar a una tía tan macanuda, como siempre nos dice cuando Ane no está.

             —Vuestra amiga es macanuda, chicas.

             Nosotras creemos que lo que en verdad quiere decir es que nuestra amiga «está» macanuda. El pobre confunde el «ser» con el «estar». Qué cosas.

            Teo es supermajote y extremadamente observador cuando se trata de observar a Ane, claro. Para Carla esa superobservación de Teo sobre Ane lo convierte en un voyeur. Para mí, no. Porque como solo le pasa con Ane, pues no cuenta. Además, invita bastante, y al ser tan paradillo nos da un poquillo de pena.

             ¡Huyyy! ¡Qué tarde se me ha hecho! Me voy a dormir, aunque corro el riesgo de que se me amontone el trabajo. Mañana seguiré con las etapas, no pienso dejarlas a medias. Es por la postrera utilidad para la Humanidad en mayúsculas, ¿sabéis? Aunque estas páginas no terminen siendo literatura universal, quizá se puedan tener, algún día, como tratadillo de autoayuda o algo así.

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