La Terapeuta hoy se ha enfadado mucho, pero que mogollón, conmigo. No me lo esperaba para nada: es que se la ve tan estable, tan imperturbable, tan que no le afectan las desgracias que tanto tiene que escuchar...


  • Fecha: 14/05/2017 00:18
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Descripción

CAPÍTULO 5

INVOLUCIONO


             La Terapeuta hoy se ha enfadado mucho, pero que mogollón, conmigo. No me lo esperaba para nada: es que se la ve tan estable, tan imperturbable, tan que no le afectan las desgracias que tanto tiene que escuchar... Me había hecho ya a la idea, tras cinco sesiones terapéuticas, que era tan imperturbable como el monte que subimos el año de aceptación de Carla: el Mendizorrotz.

            La culpa del enervamiento de mi Terapeuta es solo mía… Es que, como ando tan perdida, me había creído que evolucionaba con mi trauma. Pero, según la profesional, tras leer el mamotreto que le llevé con toda la ilusión del mundo, «para nada, Nekane. Estás estancada».

            Como estaba ilusionadísima con mis noches de teclear, tanto como cuando mi primer chico me dio un beso, decidí comprarme una impresora y llevarme a la sala del diván mis avances. Voy a demostrar a la Terapeuta que, a pesar de no saber por dónde ando, hago bien mis deberes. Que vea que soy una mujer de verdad. Pero, como ocurrió con mi primer novio, que tras el beso no se acordó de llamarme ni de saludarme cuando nos cruzábamos, mi ilusión era solo una ilusión, un espejismo irreal.

            —Esto es involucionismo, Nekane —aseveró más crispada que decepionada.

            —¿Inquéeee…?

            —Papel mojado, tonterías de una petarda, algo solo digno de Tamara Falcó —aclaró tan distante como una examiga que ha pasado a odiarte.

            Lo de «involucionismo», pase: jerga científica. Lo de «papel mojado» me dolió como escritora novata (la verdad, creí que estaba escribiendo el nuevo Doña Quijota). Lo de «petarda», como no era la primera vez, pues puffff… Lo tremendo fue la comparación: «algo solo digno de Tamara Falcó». Con la de descojones que nos hemos dado Carla, Ane y yo con la supermegatotal fashion girl.

            Sentada en la silla reclinable (mi Terapeuta no estilaba divanes hollywoodienses), mi mundo conocido se derrumbó sobre mi cabeza. Tamara podía ser una avanzada en ideal clothing (ropa divina), la vanguardia en toda It Girl, pero que mis presuntas memorias fueran solo un simple Fashion Diarie era algo inaceptable. ¿Sabéis?, me entraron ganas de vomitar, como cuando se me declaró Gorka.

Aquella noche, mirando fijamente a la nada del techo de mi habitación, decidí que de ahora en adelante no lo permitiría (me refiero a lo de ser la réplica en el espejo de Tamara Falcó). Evolucionaría.

            La más fashion de las tres es indudablemente Ane. No lo puede evitar. Las falditas del Zara o las blusas del Primark, cuando se las pone, son fashion total. Hasta las bragas del mercadillo del domingo, vamos. Le caen y lucen por muy imposible que pudiera parecer. Por eso nos encanta, a Carla y a mí, ir de compras con Ane: toda la ropa es guay y, si no lo parece, solo tiene que probársela Ane para que Carla y yo nos convenzamos de lo equivocadas que pueden resultar las apariencias de la ropilla de saldo.

            Carla, que se mueve por convencimientos, asegura que ser fashion va en los genes, como lo de los instintos primarios del macho o ser lesbiana. Se es o no. Sin medias tintas. Carla no cree en las medias tintas de nada. Por ejemplo, Pantxo. Primero fue «un hombre que se viste por los pies» y más tarde «un capullo y un calavera de mierda». Sin medias tintas.

            Cuando vamos de compras, absolutamente todo se lo prueba antes Ane: comprar ropa es lo más difícil del mundo, como todos sabemos. Es una duda perpetua. Pero como tenemos a Ane, todo lo que compramos termina siendo un acierto.

            —¿No os parece que esta falda tiene demasiada caída? —comenta Carla dando vueltas a la prenda antes nuestras narices.

            —Será mejor que se la pruebe Ane —digo yo por salir de dudas, claro: porque por muchas vueltas que le demos a la falda, las dudas siguen sin esfumarse.

            —¿Qué tal? —pregunta Ane con sus piernas de Afrodita, pero de Afrodita en mayúsculas (afrodita).

            —Cojonuda —decimos las dos.

            —¿Seguro?

            —Fijo. A la cesta sin pensar.

            La verdad es que es toda una suerte tener a Ane a nuestra disposición cuando vamos de compras. A veces pienso que, si nos faltara, nunca compraríamos nada. Y lo poco que compráramos, por pura necesidad (todos sabemos que la necesidad es la peor motivación cuando se trata de ropa), no nos dejaría satisfechas. Y esto que es tan cierto, es una «m» clarísima. Porque si hay algo que tiene todas las papeletas del mundo de quedar en el fondo del armario, sin estrenar, es una falda que no convence.

            Al principio, Carla o yo nos probábamos la prenda a ver qué tal. Hablo de cuando Ane aún no se había juntado con nosotras. Antes de que dijera lo que dijo, delante de sus examigas («las pijillas»). Antes de que la excomulgaran por decir lo indecible. Ya os contaré.

            —¿Qué tal? —preguntaba yo o preguntaba Carla al salir del probador.

            —pssshhhhh…

            —¿La caída, verdad?

            —phhhhsssssíiiii…

            —Si ya se veía.

            Cómo decía, antes de Ane, nuestros vestidores eran raquíticos y plagados de pssshhhhh,… Y la verdad sea dicha: ¿quién quiere salir un sábado por la noche con la marca pssshhhhh? Ni las pavas. Pero Dios, un buen día, atendió nuestras plegarias y nos

envió a Ane, capaz de quitar cualquier duda cuando hablamos de la dificilísima tarea de elegir ropa.

             Ane, además de para aclararnos con su sencillez de miras los asuntos turbios y tortuosos sobre los homos, como ya expliqué hace unas páginas con un ejemplo, y de despejar las irrefrenables dudas que siempre nos asaltaban en el Primark, nos puso al día sobre la moda. Eso hay que reconocérselo: sabía tela limonera de tendencias y estilismos y complementos y las combinaciones de todos ellos con sus correspondientes colores. Un puzle de combinaciones que hasta que se conoce no se sabe lo que es. Para Carla y para mí, hambrientas de sabiduría menor, fue el pozo de sabiduría: el oráculo capaz de despejar las eternas dudas que asaltan a las mortales durante las dificilísimas compras.

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